Lo cierto es que existió un edén. Lo llamaron el paraíso. Extravagancia nombraron al exceso de todo lo que hubo. Entre esos, la tentación. Una irresistible, dominante. Una que envolvió el recuerdo del sonido del viento mientras deshojaba los árboles. La misma que dejó un fondo verde sin saturación, un suelo árido, una brújula desorientada y el recuerdo de aquel origen primitivo.
De manzana fue un bocado, solo uno, suficiente para sellar un pasaporte con destino directo al exilio. Donde la primavera solo era una ilusión y la vista no era más que el cielo azul cálido y un suelo de arena naranja. De nubes poco se conocía, el sol no compartía escenario con facilidad. Vestuarios silvestres ya no tendrían. Al destierro habían llegado y con ellos un nuevo capítulo por escribir. Lo habían perdido todo, o al menos eso creían.
Fueron turistas en su propia tierra, conocían cada especie de insecto debajo de las piedras. Aprendieron del fuego la luz y el calor en la noche, y de la sombra el descanso y el alivio en el día. Cada noche ponían nombre a las estrellas, cantaban a la luna y bailaban al rededor del fuego. Cada día buscaban asombro, buscaban pasado.
Durante mucho tiempo fueron día y noche, luz y oscuridad. 24 horas dictadas por la aparición de dos protagonistas, dos temperaturas y dos encuentros constantes. 24 horas en las que dos almas aprendieron a hacer del exilio un nuevo paraíso.
Polvobronce.
Catalina Valencia Villegas
Steisa Restrepo Piña
SRP